A veces tengo la sensación de
poseer un imán especial para atraer la gilipollez. Esa gilipollez propia de la prepotencia
y la insensata autoridad que da un uniforme o un cargo, por muy mindundi que
este sea.
Tuve hace poco un incidente (y no era el primero de mi vida) con
los agentes de la guardia urbana porque, debido a la cola de vehículos para
girar una calle me quedé en medio de un paso de peatones y, para no molestar,
adelanté unos centímetros con tan mala fortuna que una pareja agazapada tras la
curva, me vio. Salió un agente joven con aires de justiciero y,
categóricamente, me anunció que yo
había intentado pasarme el semáforo en rojo y que al verles había disimulado,
pero él, gato viejo a pesar de su
juventud, se había dado cuenta. Me costó Dios y ayuda convencer a su compañero,
algo mayor, para que no me pusiera una multa por presunción de culpabilidad que,
paradójicamente, se aplicaba al haber evitado saltarme un semáforo y entorpecer
el paso. Al final, no me la puso a pesar de una inmensa preocupación por si le
había colado una bola. Pero yo no respiré aliviada, al contrario, ¿quién me
compensa la sensación de desamparo, la humillación, el tiempo perdido y el
disgusto?
La de hoy ha sido más divertida: domingo, 7’45 h de la mañana, voy
a limpiar mi coche aprovechando que no hay nadie en el self service de mangueras asesinas que te persiguen a empellones mientras
giras alrededor del vehículo aprovechando el escaso tiempo —más reducido desde
la crisis—, que te dan para enjabonarlo. Al acabar quiero pasarle un trapito a
los cristales, una maniobra que no me llevará más de un minuto y, puesto que estoy
sola, lo hago in situ. Ni que decir
tiene que, cuando encuentro la más mínima afluencia de público, desplazo el auto
y dejo la plaza al resto de la clientela, pero es que hoy no hay ni un alma.
Pues, se lo crean o no, me viene el encargado a decir que mueva el coche porque “esto se me pone a reventar” y… no valen argumentos ni
evidencias, si le dices, con cara de estupefacción, que son las 8 de la mañana
y no hay nadie, es decir, ni un alma, te rebate “usted bien que ha venido” y
ahí, solo te queda ponerte al volante y desearle buenos días.
Tanto los agentes como el empleado lucen bonitos uniformes que les
otorgan la capacidad de ejercer el poder menospreciando, rebajando, ultrajando
y zahiriendo si se tercia. ¡Sí señor! Una autoridad propia del macho con un par
de…
¿Que hay mujeres que también lo hacen? Por supuesto que sí, se han
aprendido el rol a las mil maravillas.
La frase del día:
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