domingo, 28 de junio de 2015

El temerario poder del uniforme

A veces tengo la sensación de poseer un imán especial para atraer la gilipollez. Esa gilipollez propia de la prepotencia y la insensata autoridad que da un uniforme o un cargo, por muy mindundi que este sea.
Tuve hace poco un incidente (y no era el primero de mi vida) con los agentes de la guardia urbana porque, debido a la cola de vehículos para girar una calle me quedé en medio de un paso de peatones y, para no molestar, adelanté unos centímetros con tan mala fortuna que una pareja agazapada tras la curva, me vio. Salió un agente joven con aires de justiciero y, categóricamente, me anunció que yo había intentado pasarme el semáforo en rojo y que al verles había disimulado, pero él, gato viejo a pesar de su juventud, se había dado cuenta. Me costó Dios y ayuda convencer a su compañero, algo mayor, para que no me pusiera una multa por presunción de culpabilidad que, paradójicamente, se aplicaba al haber evitado saltarme un semáforo y entorpecer el paso. Al final, no me la puso a pesar de una inmensa preocupación por si le había colado una bola. Pero yo no respiré aliviada, al contrario, ¿quién me compensa la sensación de desamparo, la humillación, el tiempo perdido y el disgusto?
La de hoy ha sido más divertida: domingo, 7’45 h de la mañana, voy a limpiar mi coche aprovechando que no hay nadie en el self service de mangueras asesinas que te persiguen a empellones mientras giras alrededor del vehículo aprovechando el escaso tiempo —más reducido desde la crisis—, que te dan para enjabonarlo. Al acabar quiero pasarle un trapito a los cristales, una maniobra que no me llevará más de un minuto y, puesto que estoy sola, lo hago in situ. Ni que decir tiene que, cuando encuentro la más mínima afluencia de público, desplazo el auto y dejo la plaza al resto de la clientela, pero es que hoy no hay ni un alma. Pues, se lo crean o no, me viene el encargado a decir que mueva el coche porque “esto se me pone a reventar” y… no valen argumentos ni evidencias, si le dices, con cara de estupefacción, que son las 8 de la mañana y no hay nadie, es decir, ni un alma, te rebate “usted bien que ha venido” y ahí, solo te queda ponerte al volante y desearle buenos días.
Tanto los agentes como el empleado lucen bonitos uniformes que les otorgan la capacidad de ejercer el poder menospreciando, rebajando, ultrajando y zahiriendo si se tercia. ¡Sí señor! Una autoridad propia del macho con un par de…
¿Que hay mujeres que también lo hacen? Por supuesto que sí, se han aprendido el rol a las mil maravillas.

La frase del día:

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