Aunque el nombre provoque una mezcla de ternura y chirigota, Cal Cucut es estos días el área más terrorífica del pueblo. Dos vecinos de la zona (y cuando uso el masculino ya sabéis por qué lo hago) habían amenazado en varias ocasiones a propietari@s de perros que paseaban por allí. Uno de ellos, incluso colgó carteles de intimidación, algo así como "Se ruega lleven a cagar a sus perros a otro lado". En otra ocasión también colgó uno que advertía: "Se recuerda que está terminantemente prohibido robar piñas de esta propiedad privada" -y añadía algo referido a una más que posible denuncia si encontraba alguien haciéndolo. Es decir, a este vecino le molestan los perros, le molestan los negros, que son quienes recogen las piñas y hay épocas del año en que no comen de otra cosa; le molestan las personas que paseamos a nuestros perros aunque no dejemos una caquita suelta ni en medio del bosque, y al parecer, le molestan también los gatos que rondan su mansión. La solución que ha encontrado es bien sencilla, tomen nota todos aquellos (incluso aquellas) a quienes incordia la presencia de gatos y perros, de negros depredadores de piñas o, sin llegar a extremos, si os molesta la cara de la vecina que siempre sonríe ya llueva, nieve o haga sol... ¡qué desfachatez! "Esto se va a acabar" dijo uno de los sospechosos y roció con veneno la zona del Cal Cucut. No sabemos que tipo de veneno usó, pero está claro que sólo a través de un profesional (químico, farmacéutico) o de la clandestinidad ha podido conseguirlo, entre otras razones porque es potentísimo. El animal que lo ingiere inicia los síntomas apenas unos veinte minutos más tarde con convulsiones y espasmos tremendos durante la corta agonía. No les da tiempo ni de vomitar ni, mucho menos, de llegar a la veterinaria; y si lo consiguen, de nada les sirve ya el lavado de estómago. Han muerto ya tres perros (todos domésticos) y no se sabe la cantidad de gatos dado que la mayoría son vagabundos. Me pregunto qué siente al hacerlo. Me gustaría ponerme durante unos minutos (no más) en su piel para descubrir si, efectivamente, la perversión es adictiva, si el sadismo le pone. Me gustaría verle acostado en el sofá de su casa tras haber cumplido su tarea, después de haber entrado en su domicilio esquivando un par de gatos muertos, me gustaría ver su sonrisa de satisfacción sustituyendo la anterior mueca de asco frente a las cacas o la simple presencia de los potenciales cagones merodeando frente a su propiedad privada. El asesino de Cal Cucut ha conseguido su objetivo, debemos felicitarle. Si se presentara a un concurso de habilidades se llevaría, sin duda, el premio a la ofuscación, la villanía y la precisión. Premio también a la elección del productos por su eficacia. Y premio añadido por su alto grado de temeridad al poner en peligro no solo al colectivo de mascotas sino también y, especialmente, a cualquier criatura que pasee por la zona y se le ocurra llevarse algo del suelo a la boca. Nelo y yo solíamos pasar por allí, llegábamos por un camino de tierra hasta la explanada donde pastan tres caballos, los saludábamos y pa casita. Ahora ya no vamos. Nuestra enhorabuena, aguerrido vecino, así se resuelven los problemas, dejémonos de diálogos que eso es una ñoñería. Ya no quedará ninguna caquita olvidada en medio de la hojarasca del camino ni se humedecerán los bajos de sus pinos con una micción canina, ya no habrá más tertulias de gatos ni escarceos nocturnos. Ahora el asesino de Cal Cucut vivirá tranquilo y satisfecho celebrando su victoria.
Sin más comentarios que la frase del día: (hoy dos por el precio de una):
El mal es la peor consecuencia de la más absurda elección, el miedo a amar.
El miedo lleva a la ira, la ira lleva al sufrimineto, el sufrimiento lleva al odio y éste a la maldad y a la locura.